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Judaísmo, mazdeísmo y helenismo
El mazdeísmo 
El contacto con el helenismo 
La traducción griega de la Biblia 
La cultura hebrea en la Europa medieval 
El florecimiento europeo 
El caso específico español 
Maimónides y su influencia

Una espera mesiánica de milenios de duración ha cambiado el signo de la fe del pueblo de Abraham y de Moisés. La alianza divina, cuyo cumplimiento por parte del pueblo elegido suponía la posesión de la tierra prometida, ha tenido que ser reinterpretada desde una óptica profética estrictamente espiritual. La mística ha ocupado el espacio de la conquista bélica; el éxodo, la persecución, la exclusión y finalmente el Holocausto han puesto a prueba el mesianismo.

La teología judaica más radical ha comprendido que la literalidad de la “posesión de la tierra” no sólo está fuera de los términos de la alianza, sino que su mantenimiento a costa de más sufrimiento supone realmente el final de la religión judaica. Israel hoy se enfrenta a vida o muerte -como punto final- con el objeto del segundo Isaías en el tiempo de la deportación del reino de Judá a Babilonia: la comprensión espiritual de Dios y de su relación con el ser humano.

Judaísmo, mazdeísmo y helenismo

A lo largo de la historia, el esfuerzo intelectual y la mística judaica fueron perfilando la doctrina en los libros sagrados a fin de que fuera posible discernir netamente los aspectos espirituales y monoteístas de Israel frente a los pueblos paganos.

A través de las comunidades de la diáspora llegaba hasta las naciones politeístas el conocimiento del monoteísmo y de la moral del pueblo judío. Pero se trataba de un proceso de doble dirección, porque al entrar en contacto con la cultura pagana la fe yahvista, monolingüe, encerrada en sí durante los siglos de la época nómada y bajo las monarquías independientes de Judá e Israel, aprendía lenguas de comunicación universal y conectaba con mentalidades y sistemas conceptuales que aportaban nuevas ideas y planteaban problemas hasta entonces inexplorados.

La interrelación con culturas, filosofías y religiones distintas ha conocido en la historia del pueblo judío dos epicentros de singular trascendencia por sus repercusiones sobre las concepciones religiosas del judaísmo. El primero se dio en el ámbito mesopotámico de lengua aramea, en los siglos VII-II antes de nuestra era; el segundo coincidió con el espacio cultural del helenismo.

El mazdeísmo

La conquista de Babilonia por el persa Ciro (539 a.C.) aportó mayores niveles de libertad religiosa para el conjunto heterogéneo de pueblos del imperio aqueménida. A partir de Darío I (521-486 a.C.), la religión oficial persa fue el mazdeísmo, cuyos remotos orígenes parecen situarse en Irán oriental, en una fecha en torno al siglo XVII a.C. El rico y con frecuencia confuso universo conceptual de esta orientación religiosa gira en torno a la creencia en una serie de dioses, dotados de poderes y cualidades benéficas, frente a la que se alinea otra serie simétrica y opuesta de dioses con cualidades y poderes malévolos. Existen dos principios creadores: Ormuz, de quien procede cuanto es bueno, y Ahrimán, origen de todo cuanto es malo. El universo creado es el escenario en el que ambos principios se enfrentan. El hombre está dotado de libertad y puede elegir entre estos dos principios. Los ángeles siguen a Ormuz y procuran el bien de los hombres, mientras que los demonios se inclinan por Ahrimán y se esfuerzan por sembrar y difundir el mal. Los buenos serán premiados y los malos castigados en una existencia ultraterrena. El combate cósmico entre el bien y el mal finalizará con la llegada de un Salvador y con la renovación del universo, ampliamente descrita en la rica literatura apocalíptica iraní.

Difícilmente pudieron las capas cultas de las numerosas y a menudo florecientes comunidades judías del espacio mesopotámico mantenerse totalmente impermeabilizadas en este mar de ideas, sobre todo porque parecían aportar nuevos elementos para la solución del problema -inextricable desde las categorías antropológicas del judaísmo preexílico- de la justicia divina, que permite que los malvados prosperen y los justos sean humillados en la tierra. Existen indicios de la presencia de algunas de estas nociones mazdeístas en los escritos judíos de aquella época (Job, Proverbios, algunos salmos, la visión apocalíptica de Daniel). El profeta Jonás aporta una concepción del gobierno y la providencia de Dios de perfiles netamente universalistas. Parece asimismo de origen iraní la figura de Satán como autor del mal, mientras que en las concepciones preexílicas era simplemente un servidor de Yahvé. En el libro de Tobías, ángeles y demonios son personajes protagonistas. De todas formas, el estricto monoteísmo judío cerró herméticamente la puerta a la penetración de las concepciones gnósticas de dos principios -uno bueno y otro malo- como creadores del universo.

El contacto con el helenismo

La segunda gran zona de contacto entre las concepciones de los pueblos paganos y la visión del mundo del judaísmo se sitúa en el espacio del helenismo, y de una manera muy concreta y destacada entre la numerosa y floreciente comunidad judía de Alejandría y el vigoroso movimiento literario, filosófico y científico desplegado en aquel gran centro cosmopolita.

Tal vez el hombre que mejor encarna la problemática surgida como consecuencia del encuentro y el enfrentamiento entre las categorías racionales del pensamiento griego y las creencias religiosas judías sea Filón de Alejandría (hacia 13 a.C.-45/50 d.C.). Profundamente creyente, gran conocedor y sincero admirador de la literatura y la filosofía griegas, se impuso la tarea de conciliar las afirmaciones del Pentateuco y los enunciados filosóficos, las sentencias de Moisés y las tesis platónicas y aristotélicas, es decir, las verdades de la fe y las de la razón, a partir de la convicción básica de que no puede haber contradicción entre ellas, puesto que todas tienen su origen en Dios. Para alcanzar este objetivo recurrió a la interpretación alegórica de las páginas bíblicas. En el marco de las concepciones platónicas, Filón entiende que Dios no llevó a cabo la creación directamente y por sí mismo, sino mediante su Logos (Palabra). Aunque es controvertido el origen de este concepto en los escritos sagrados, está fuera de duda la influencia que, a través de la idea del Logos, ejerció Filón en los grandes pensadores cristianos -también alejandrinos- Clemente y Orígenes.

El Libro segundo de los Macabeos, surgido en el seno de la diáspora grecorromana, ofrece palpables pruebas de la profunda penetración de las ideas y las costumbres (a menudo paganas) helenísticas en la comunidad de Palestina, y es una excelente demostración de la aceptación de los cánones literarios griegos en las comunidades grecoparlantes judías.

La traducción griega de la Biblia

La aportación más trascendente nacida del encuentro entre las comunidades de la diáspora y el entorno helenístico es la traducción griega de la Biblia, llamada de los Setenta. Según la tradición, el rey Tolomeo (Tolomeo Filadelfo, 283-246 a.C.) hizo llevar de Palestina a 72 sabios hebreos (seis por cada una de las 12 tribus), cada uno de los cuales realizó, por separado, en 72 días, la traducción de los Libros de la Ley” (el Pentateuco). Dejando aparte los datos legendarios, el hecho cierto es que hacia el siglo III a.C. se vertían por primera vez las ideas bíblicas a un idioma y un universo conceptual no semita.

La cultura hebrea en la Europa medieval

Uno de los aspectos más reseñables de las comunidades hebreas en la Europa medieval radica en el hecho de que, con independencia de la hostilidad latente contra los judíos en las capas incultas de la población (véase “El Holocausto”), los grupos dirigentes de ambas confesiones, es decir, los judíos y los cristianos, a los que se añadían, en el caso de España y Portugal, los musulmanes, supieron mantener con frecuencia relaciones de amistad, diálogo y cooperación en numerosísimos campos de las artes y las ciencias.

El florecimiento europeo

En Italia destaca la figura del médico, poeta y exegeta Immanuel ben Salomo (1263-h. 1330), amigo personal de Dante. Judas León Abravanel (1460-1520), llamado León Hebreo, de origen portugués, ejerció una notable influencia en la poesía amorosa y la mentalidad platónica renacentista a través de sus Dialoghi d’amore.

En Alemania, los judíos consiguieron, ya desde el siglo X, organizarse en comunidades autónomas. Crearon importantes centros culturales en Maguncia, Worms, Tréveris y Espira. Entre sus aportaciones más destacadas figura el libro Luces del exilio, de Gerschom ben Yehudá (960-h. 1028 o 1040), rector de la Academia de Maguncia. La obra contiene una serie de disposiciones morales, que se convirtieron en obligatorias para todas las comunidades judías occidentales, entre ellas la prohibición de la poligamia y del divorcio sin el consentimiento de la esposa. Sorprende, por su modernidad, la garantía del secreto de la correspondencia epistolar.

En Francia se crearon, a partir del siglo XI, numerosas escuelas rabínicas de orientación básicamente babilónica. Las exégesis bíblicas de Salomo ben Isaac de Troyes (1040-1105), conocido como “Rashi”, ejercieron una notable influencia en las interpretaciones de Nicolás de Lyra e incluso de Lutero. Sus comentarios al Talmud (Tossafot, “Añadidos”) figuran en todas las ediciones talmúdicas posteriores.

El pensamiento hebreo alcanzó un vigoroso desarrollo en el espacio meridional francés de la Langue d’oc. La confluencia en tierras provenzales de ideas talmúdicas, platónicas y gnósticas y de nuevas sensibilidades artísticas permitió un despliegue científico y literario de amplios vuelos. Entre sus logros más destacados pueden mencionarse los tratados cabalísticos.

El caso específico español

En España la floración de escuelas hebreas potenció los estudios de gramática, lexicografía, exégesis bíblica y talmúdica, tratados de filosofía y medicina y el cultivo de la poesía.

La nómina de pensadores judíos de esta época es abundante. Ocupan en ella un lugar destacado el malagueño Salomón Ibn Gabirol (m. 1050), llamado Avicebrón por los latinos, exponente del aristotelismo contemplado con ojos neoplátonicos; el toledano Yehudá Ha Levi (m. 1141), más interesado por la poesía y la mística que por la filosofía; Ibn Saddiq, muerto en Córdoba hacia 1149, seguidor de la línea platónica de Ibn Gabirol aunque con mayor insistencia en la antropología, y el toledano Abraham ibn Ezra (m. 1167), cuyos comentarios bíblicos incluyen numerosos elementos conceptuales neoplatónicos. Las ideas aristotélicas se abren paso a través del también toledano Abraham ibn David (m. 1180), filósofo firmemente convencido de la armonía, e incluso de la coincidencia, entre la fe y la ética bíblica y las ideas aristotélicas.

Maimónides y su influencia

Este clima de efervescencia cultural tuvo su culminación en el cordobés Moisés Maimónides (m. 1204, en El Cairo). Su obra principal lleva el significativo título de Guía de indecisos, porque es precisamente a los pensadores que vacilan entre las verdades de la fe y las de la razón a quienes presenta sus reflexiones. Maimónides basa su argumentación en la filosofía aristotélica. Afirma que la revelación y la filosofía constituyen un todo, un continuum, en el sentido de que la segunda es el instrumento más idóneo para llegar a captar el auténtico contenido de las verdades reveladas.

El universo conceptual de Maimónides ofrece abundantes puntos de contacto, aunque también profundas divergencias, con su contemporáneo Averroes y con Tomás de Aquino, y ha ejercido una persistente influencia en numerosos filósofos, entre ellos Spinoza. Su obra tuvo como consecuencia la división en dos campos enfrentados, en partidarios y adversarios de sus ideas, de los estudiosos y los dirigentes de las comunidades judías. Entre los adversarios más radicales debe mencionarse a los cabalistas. Abraham Abufalia (1240-1292) intentó crear vías de entendimiento entre el racionalismo de Maimónides y el misticismo de la cábala.

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