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Los distintos pueblos indoeuropeos, que en sucesivas oleadas colonizaron Europa y se impusieron a la población autóctona, tenían un bagaje cultural y religioso común que fue adaptándose al lugar que ocuparon. Así, algunos dioses del viaje se convirtieron en dioses marinos, otros cambiaron de sexo, y en general se pasó de la concepción igualitaria mediterránea a una visión de claro predominio masculino, típicamente indoeuropea. De este modo, en buena parte de los panteones de estas culturas se da una jerarquía cuyo punto más alto es un dios padre celeste, como Odín. En la mayor parte de los cultos europeos no existían templos, sino unos límites imaginarios o lugares especiales, como cuevas, claros del bosque o acantilados.

Poco se sabe de las creencias preindoeuropeas: la figura central de su panteón era una Diosa Madre de la que quizá sea una herencia la Mari vasca. Los iberos veneraban a una divinidad principal, llamada Endovéllico, y los etruscos, pueblo no indoeuropeo, tenían un panteón similar al de los romanos y griegos.

A partir de las conquistas de Alejandro Magno y del imperio romano, se introdujeron diversos cultos de origen oriental. El más relevante fue el culto a Mitra, proveniente de Persia, de carácter iniciático y secreto, y cuyo ritual más conocido era el sacrificio de un toro y la aspersión de su sangre. Otro culto relevante fue el órfico, centrado en el mítico cantor Orfeo.

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