skip to Main Content

La herencia de la promesa 
La descendencia de Abraham 
Cuadro de las genealogías bíblicas

La herencia de la promesa

Dijo Yahvé a Abraham: “Alza tus ojos y mira desde el lugar en donde estás hacia el norte, el mediodía, el oriente y el poniente. Pues bien, toda la tierra que ves te la daré a ti y a tu descendencia por siempre. Haré tu descendencia como el polvo de la tierra: tal que si alguien puede contar el polvo de la tierra, también podrá contar tu descendencia” (Génesis, 13,14-17).

Las listas genealógicas bíblicas no son, ni pretenden ser, rigurosos documentos históricos, a modo de registros notariales. Se trata más bien de recursos literarios que se proponen aglutinar en torno a determinados personajes y sus descendientes elementos dispersos de las tradiciones del pasado, o explicar las relaciones y afinidades no sólo de sangre, sino también laborales, comerciales, artesanales, lingüísticas, etc., entre los grupos humanos del entorno étnico, cultural y político de la Biblia.

Así, por ejemplo, de Yúbal se dice que es “el padre de todos los flautistas y arpistas”; de Túbal Caín que lo es de “cuantos trabajan el hierro y el cobre”, y de Yabal, “de todos los ganaderos”. En el caso concreto de los levitas, sus genealogías, cuidadosamente anotadas, sirven para testificar que ejercen legítimamente las funciones sacerdotales y los servicios del Templo. La secuencia genealógica del capítulo 16 del Libro primero de las Crónicas incluye, entre los descendientes de Leví, a los cantores del Templo para justificar su actividad en el santuario, aunque su origen más probable no es levítico, sino que se remonta a los grupos corales de músicos profesionales de los santuarios antiguos.

La descendencia de Abraham

Ser descendientes directos de Abraham era para los judíos de capital importancia, porque su inclusión en este árbol genealógico los convertía en herederos y dueños legítimos de la tierra prometida por Dios al patriarca. De ahí la proliferación de listas genealógicas en diversos pasajes bíblicos.

Pero el texto bíblico da a entender que esta descendencia trascendía los aspectos meramente biológicos. En efecto, Abraham tuvo a su primer hijo, Ismael, a los 86 años de edad, y al segundo, Isaac, cuando era centenario y tanto él como su esposa, Sara, habían superado ampliamente la edad de la fertilidad natural. Se trataba, pues, de una paternidad que desbordaba las posibilidades de la realidad física y se inscribía en la esfera de lo sobrenatural.

Tampoco la herencia de la tierra prometida se transmitía según las estrictas normas de la primogenitura. Ismael era el primer hijo de Abraham, pero la promesa pasó al segundo, Isaac. La razón aducida por el apóstol Pablo para justificar este traspaso de los derechos hereditarios de Ismael a Isaac (el primero era hijo de la esclava egipcia Agar y el segundo, de la esposa libre, Sara) es de índole teológica, pero carece de validez jurídica. En el derecho mesopotámico, por el que se regían las relaciones conyugales de Abraham y de sus descendientes inmediatos, la esposa estéril podía adoptar como hijos propios, a todos los efectos, a los tenidos por su marido -con su consentimiento- de una esclava. De hecho, en la historia de Jacob no se establece la más mínima diferencia entre los hijos de esposas libres (Lía y Raquel) y los nacidos de esclavas (Bilhá y Zilpá): todos ellos son, por igual, los fundadores de las doce tribus de Israel.

Estos datos relativizan el valor sacro de la descendencia física y señalan que el elemento fundamental de pertenencia al pueblo elegido no es el aportado por “la carne y la sangre”. No es el rito de la circuncisión, sino la participación en la fe la que convierte a los hombres en “hijos de Abraham y herederos de las promesas”. Una de las antepasadas inmediatas del rey David, el auténtico fundador del Estado de Israel, no era hebrea, sino una mujer moabita que abrazó la fe judía. Es esta fe la que hace que Abraham sea el padre de todos los creyentes.

Cuadro de las genealogías bíblicas

Para los hebreos, la descendencia genealógica y la posesión de la tierra eran los dos factores esenciales de garantía de los pactos divinos.

Back To Top