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Una tempestad de ideas 
Asentamiento de las doctrinas
El embate racionalista
La teología protestante hasta hoy 
Los teólogos protestantes contemporáneos  

Una tempestad de ideas

El principio reformista que proclama como única autoridad doctrinal legítima la Sagrada Escritura libremente interpretada por cada creyente estaba llamado a desatar un torrente de opiniones encontradas y enconadas controversias, y así ocurrió.

Hubo una primera etapa agitada por efervescentes discusiones doctrinales no sólo con los teólogos católicos, sino también dentro del movimiento reformista, polémicas de todos contra todos: de Lutero contra Zuinglio, contra Melanchthon, contra Agrícola, contra Osiander y Calvino; de Calvino contra Arminio y contra Miguel Servet; de Knox contra los calvinistas holandeses; de Flacio Ilírico y Amsdorf contra Pfeffinger. Surgieron numerosos grupos, sectas y comunidades de los más diversos géneros. Hubo grupos anárquicos que asaltaban las iglesias y destruían las imágenes, sectas de exaltados o iluminados, agitadores que, invocando las proclamas de Lutero, provocaban insurrecciones sociales. Hubo también comunidades de severa moral, como los anabaptistas, una vez superada su primera fase revolucionaria y destructora, y sus sucesores, los menonitas.

De todo aquel tumultuoso torbellino de ideas, con el paso del tiempo sedimentaron dos Iglesias que descuellan por la gran personalidad de sus fundadores, por el rigor y la solidez del edificio teológico que consiguieron levantar y por el considerable número de sus seguidores: la Iglesia luterana y la calvinista.

Su historia externa tiene algunos puntos comunes. Tras una etapa inicial de rápida expansión numérica y geográfica por toda Europa en la primera mitad del siglo XVI, siguió un período de asentamiento e incluso de retroceso bajo los efectos de la Contrarreforma católica. Sin embargo, hubo una importante circunstancia divergente en esta trayectoria. Mientras que el luteranismo conseguía implantarse como religión mayoritaria en muchos países nórdicos y contaba con la protección de las autoridades civiles, el calvinismo era (a excepción de en Escocia y los Países Bajos) una confesión minoritaria, en situación de asedio y sometida (sobre todo en Francia) a sangrientas persecuciones.

Asentamiento de las doctrinas

En su historia interna, superada la virulencia de las discusiones de la primera hora, en ambas confesiones se inició un proceso de cristalización, clarificación y sistematización de la doctrina, muchas veces expuesta de forma fragmentaria y hasta contradictoria, en escritos surgidos al compás de los acontecimientos o dictados por urgentes necesidades del momento.

La escisión de la Iglesia de Inglaterra presenta una génesis peculiar. En ella las controversias doctrinales tuvieron una importancia secundaria. De hecho, el principal impulsor de la rebelión contra la Iglesia romana, el rey Enrique VIII, había sido honrado por el papa León X con el título de “defensor de la fe” por sus escritos contra Lutero. Pero la negativa del papa Clemente VII a concederle el divorcio de su esposa, Catalina de Aragón, llevó al monarca a negar la autoridad del pontífice. En el año 1534, el parlamento inglés aprobó el Acta de Supremacía que proclamaba al rey la autoridad suprema de la Iglesia de Inglaterra. La Iglesia anglicana, así nacida, se subdividió en dos ramas, la episcopaliana (que admite la figura del obispo) y la presbiteriana (que la niega). Como reacción a las costumbres relajadas de la Iglesia anglicana oficial surgió la comunidad metodista, que tiene numerosas afinidades con el movimiento pietista. La Alta Iglesia anglicana mantiene muchos puntos de contacto doctrinales con el catolicismo.

El embate racionalista

En los siglos XVIII y XIX, las confesiones protestantes tuvieron que hacer frente, al igual que el catolicismo, a los asaltos que la Ilustración lanzó contra ellas en nombre de la razón. La idea de una religión y unas verdades reveladas parecía inconciliable con el talante racionalista del Siglo de las Luces. Una de las respuestas a estos embates fue la “teología liberal”, que intentaba explicar “razonablemente” los contenidos del cristianismo al precio de vaciarlos de contenido. En aquel gélido clima espiritual surgió, como reacción, el movimiento pietista, que cultiva una religiosidad íntimamente sentida y profundamente personal. Fundado por el párroco de Frankfurt Felipe Spencer, alcanzó con Friedrich Schleiermacher (1768-1834) su máxima formulación filosófica y teológica. Schleiermacher, considerado por algunos el verdadero “padre de la teología protestante moderna”, se propuso exponer el cristianismo desde una perspectiva asequible a la mentalidad culta de su tiempo(Discurso sobre la religión dirigido a los espíritus cultivados que la desprecian). Para Schleiermacher, la religión se fundamenta en el sentimiento y la intuición y no depende de los dogmas. Pero no en el sentimiento entendido como emoción psicológica, sino como vivencia profunda, que incluye también un género de sensibilidad que abre el espíritu y la mente a otras dimensiones, a las que no se puede acceder por la vía de la racionalidad. El pietismo cristalizó en numerosas agrupaciones de fieles que cultivan en sus reuniones una viva religiosidad y practican una elevada moral cristiana en el ámbito personal y familiar. Así surgieron, entre otras, la Iglesia baptista, la congregacionalista, los cuáqueros, los hermanos moravos y los metodistas. Este nuevo fenómeno nacido en el seno del protestantismo ha tenido importantes repercusiones sociales a través de movimientos de ayuda a grupos necesitados y ha contribuido a mantener lazos de unión entre las masas proletarias y urbanas crecientemente descristianizadas y el mundo de la religión.

Uno de los frutos más destacados de este movimiento ha sido la evangelización de países que, al compás de la colonización y la expansión europea y norteamericana, fueron penetrando en el círculo de visión occidental. Numerosas sociedades misioneras financiadas por los movimientos pietistas contribuyeron poderosamente, a lo largo de los siglos XIX y XX, a difundir el cristianismo por todos los continentes.

 

La teología protestante hasta hoy

La multiplicidad de credos y formulaciones doctrinales dentro de un protestantismo que comprende grupos religiosos tan dispares como los luteranos, los reformados, los anglicanos, los metodistas, los congregacionalistas y otros, hace muy difícil sistematizar su pensamiento en un esquema común. Sin embargo, pueden presentarse algunos de sus aspectos peculiares y específicos, sobre todo comparándolos con las interpretaciones cristianas frente a las cuales se plantearon.

La revelación y la gracia: Ya desde la Reforma, la teología protestante ha defendido siempre la trascendencia de la revelación salvífica de Dios en Jesucristo, en la que el hombre puede participar exclusivamente por la gracia de Dios.

La palabra: La revelación salvadora se realiza por la palabra, entidad real que partiendo de Dios llega con fuerza irresistible al hombre. Esta palabra no es una mera información sobre verdades, ni siquiera es en exclusiva el contenido material de la Biblia, sino que se trata de un contacto vital, una situación de la persona abierta al Espíritu.

El Espíritu y la fe: La palabra de Dios recibida bajo el influjo personal e individual del Espíritu Santo engendra la fe en la persona; es decir, la confianza que le transforma, le perdona los pecados y le asegura la justicia y la bienaventuranza eterna.

La justificación por la fe: La fe que el creyente ha recibido como don espiritual no corre riesgo alguno ni está expuesta a inestabilidades irreparables, sino que está asegurada por toda la eternidad puesto que, como regalo gratuito de Dios y no como merecimiento humano, es absolutamente independiente de la conducta de la persona.

Pesimismo existencial: A pesar de la justificación por la fe, el hombre será culpable ante Dios y no tiene posibilidd alguna de reparar su culpa. Su naturaleza seguirá inclinada a no amar a Dios y al prójimo y, aunque en orden a la salvación sus pecados dejarán de serle imputados, él seguirá siendo esencialmente pecador.

Jesucristo y los santos: El pecado de la persona acentúa el carácter exclusivo de Jesucristo como salvador y redentor de la humanidad.

Los santos son ejemplos estimulantes de la fe, así como la Virgen María, que, por ser madre de Cristo sin concurso humano, es signo de la acción trascendente y solitaria de Dios en la salvación del hombre.

Los teólogos protestantes contemporáneos

También como reacción a la teología liberal imperante durante el siglo XIX en el panorama cultural (sobre todo en el espacio germanoparlante), la teología protestante dio en el siglo XX una pléyade de brillantes pensadores que abrieron nuevas y luminosas perspectivas para la comprensión del cristianismo en el momento actual.

Entre los nombres que mayores aportaciones han proporcionado a este proceso de renovación y revitalización de la teología pueden mencionarse los siguientes:

Rudolf Bultmann (1884-1976): Exegeta y teólogo luterano alemán. Intentó una aproximación a los enunciados del cristianismo enmarcándolos en sus relaciones con el mundo en que se originó, es decir, un mundo de religión judía influenciado por la espiritualidad griega y modelado con las categorías de la filosofía helenista y algunos elementos de las religiones de Oriente Próximo. La gran aportación de Bultmann es la idea de la desmitologización: el mensaje del Nuevo Testamento está envuelto en un lenguaje mítico, de acuerdo con la mentalidad que tenían sus destinatorios, los cristianos, en aquella época. Para descubrir su verdadero significado es preciso desmitificarlo, traducirlo a nuestras categorías existenciales.

Kark Barth (1886-1968): Teólogo calvinista suizo. La base de su espléndido edificio doctrinal es la afirmación de la trascendencia de la palabra de Dios. Es esta palabra la que crea la fe. “Todo lo humano es espacio vacío… Sólo queda la pura fe.” En las primeras etapas de su exposición teológica, Barth aplicaba a la religión lo que Pablo dice de la ley y las obras. La religión, entendida como intento de apoderarse de Dios, es el pecado fundamental. En su segunda etapa matizó este punto de vista. Cristo ha salvado toda la realidad del hombre pecador, incluida la religión. Por eso es verdadera lareligión cristiana.

Paul Tillich (1886-1965): Teólogo protestante alemán. Su credo religioso insistía en la trascendencia, pero mostraba al mismo tiempo un gran respeto por las conquistas culturales humanas, y por ello se definía a sí mismo como teólogo de frontera. Dedicó al estudio de las interrelaciones entre la cultura y la teología una de las obras más significativas sobre este tema (Teología de la cultura y otros ensayos). En ella afirma que la religión no es un ámbito más de la realidad humana, sino una dimensión esencial de la misma. Pero esta dimensión trascendental sólo se hace palpable al hombre cuando adquiere formas concretas en símbolos en los que se expresan las vivencias y se manifiesta la irrupción de lo sacro en la historia. El símbolo básico del cristianismo es Jesús en cuanto Cristo.

Oscar Cullmann (1902-): Historiador, exegeta y teólogo luterano francés. Es uno de los más destacados exponentes de la teología de la historia: la historia es una historia de salvación, de una salvación que se desliza en el tiempo y tiene su centro en Cristo. Cullmann ha analizado las relaciones socioculturales del cristianismo primitivo con el helenismo (en el que se configuró conceptualmente, pero con el que está siempre en pugna), el judaísmo y el gnosticismo. Sus teorías implican un claro acercamiento a las posiciones católicas, pero no una aceptación y mucho menos una identificación con ellas.

Dietrich Bonhoeffer (1906-1945): Teólogo luterano alemán. En las cartas que escribió en la cárcel, donde fue recluido por su oposición al nazismo y de donde sólo salió para ser ejecutado, lleva adelante, de una manera radical, las ideas de su maestro, Karl Barth, y de Bultmann. Siguiendo la línea de pensamiento del primero, se pregunta si no habría que hablar de la religión en los mismos términos con que Pablo se refiere a la circuncisión: como rito del pasado definitivamente superado. La humanidad se encaminaría, por tanto, a una era “no religiosa”. En sintonía con Bultmann, declara que no sólo es mítico el lenguaje del evangelio, sino también sus conceptos. Por tanto, la tarea del exegeta y del teólogo consistiría en interpretar este mensaje (y a Dios mismo) con categorías ajenas a la religión.

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